lunes, noviembre 13

Ensoñación



Te imagino.

Acomodas esa ropa en el tendero improvisado.

Destilas apremio, como presa perpetua de un perpetuo aplazamiento.

Los trastos apilados, ya sin sostén, comparecen hartos de la espera, anhelantes de gravedad, desplomándose risueños mientras corres a salvarlos con tus manos de escultura inacabada.

Te trastornas todo.

Almendro y flor se hacen uno en mi comarca en aquel instante - en ése mismo instante - en el que tu tierra vuelve castaño, acompasado y antiguo, el ramaje de sus pliegues otoñales.

Anuncia el aguacero tu estación. Aguacero y frío. Frío.

Como esta nostalgia de rutina acostumbrada y compartida pendiendo de una enagua inexistente.

Tu gesto entreverándose en los míos.

La habitación común, el horizonte habitual, nuestra brisa, el mero despropósito crispándose henchido, largo y quieto, entre albas y crepúsculos compartidos.

Ansia de imposible cotidiano.




Valentina, 13 de noviembre de 2006

jueves, setiembre 21

Invocación

Mar en verde gris algáceo. Espiral de pecho y sangre continente. Nos cohabitas y requieres, vestal perenne. Despides tus instantes del océano viril. Sólo ronda y mar abierta. Insolente y fecunda matrona acuosa. Ondulas tu poderío, Afrodita espumante, en cintura y sargazos desbordados. Verdor aconteciendo en el misterio. Abdicas la violencia y el exceso, eligiendo ser concierto voluptuoso de muslos ahogando la pétrea pelvis de tu amante creador. Tu duración es la nuestra. Concuerdan nuestro aliento y tus pliegues ondulantes. Démeter nutricia de pecho abierto en la lactancia, que no distingue las voces ni los colores en sus hijos infinitos. Mar de pulso femenino en desacato. Hera penetrada en náuticas alturas. Demente despiadada. Devoradora de todos los reinos y horizontes seminales. Virgen prostituta. Concubina de límite imposible. Te hundes en tus infiernos, obscura Perséfone, urdiendo los secuestros de mil dioses atrapados en tu aullido abismal. Enséñanos tu oscilar de caracolas. Tu cantar de hembra universal. Tu desnudez revestida en arquetipos sin confines. Jugadora perfecta en invariable creación, alléganos tu espejo de atadura femenina y tu peine de albatros y gaviotas. Concédenos el germen de tu temible belleza en expansión.



Valentina, Tunquén 21 de septiembre de 2006

viernes, setiembre 8

Apercepción - Relato


Apercepción atemática. Lengua emocional. Graduación decolorándose en los grises.


Sonata nº 2, op. 35 de Rubinstein. Se hunde hasta ya no poder balbucirse. Pesadez en expresión diferida hasta el absurdo. La habitación no tiene muros ni ventanas.

El aire de su centro enrarecido se desplaza en espirales de oriente ausente. Tensión y gravedad.

Gravedad. -Ya no tengo la memoria de su ingravidez aquella de arboledas y márgenes náuticos-.

Es sólo un ahora de dedos en insoportable rigidez. Tacto en la tiniebla. Tacto mutilado.

Articulaciones entumecidas, como anquilosándose en el roce de su autoconciencia. Petro dice que los ojos no escuchan el sabor del tacto(*).

Busca en sí, sobre sí. No acierta. No lo hay.

Fenomenología colapsada en lágrimas. Es que duele tanto. Tanto. Tanto. Goznes petrificados machacando la sensación que ya no se posee.

Manos hinchadas, atrancadas en el lugar del olvido. Pulso de sangre en el itinerario errante. Anda a tientas, a penas, serpenteando desvíos estriados de tumefacción.

Vientre de cesárea, estrías y deseo. Nostalgia de contención y retorno definitivos al abrazo y el orgasmo venideros.

Se dilatan, nivelándose confusos, el tacto y la caricia amordazadas. Cómo puede anhelarse lo que no ha sido. Afán sin correlato. Si al menos hiciera frío. Todo es traza de exterioridad. No hay afuera.

Sangre de venas y tendones en psicosis.
El mundo se amplifica como extensión de subjetividad amortajada. Cómo podría ver el color de lo ajeno.

La corriente imposible de su sangre y el tacto fermentados convergen en el negro abismal de su esófago.

Esófago y corazón de voracidad aprendida en el abandono de la infancia, esa de la tortura deviniendo indiferencia. Corazón en gula permanente. Pulsión coartada. Obesidad de hambre insaciable.

Sístoles y diástoles incapaces del perdón o la venganza. Si pudiera evadir el desvelo. Si al menos el contacto de dedos y pezones consiguiera someterle.

Si sus dedos contuvieran el grito ensordecedor de sus entrañas y sus senos tumefactos.

Tensión irresuelta en las caderas anchas de cansancio y sedientas de placer. Placer. Otra vez resuenan las palabras lacerantes... Los ojos no escuchan el sabor del tacto.

¡No pueden! No aprendieron. No supieron cómo hacerlo. En el tiempo en que debieron comparecer los tactos amorosos no supo cómo comprenderse en otros arpegios que no fueran la culpa y el miedo.

Ni las nalgas, ni los muslos, ni el ángulo dócil de sus labios, ni sus lóbulos blandos y sedientos, ni el clítoris vibrante de su sexo aprendieron jamás la libertad del beso incontinente o del tacto proferido por la lengua descarada.
No averiguó el dialecto, ni la mirada, ni el olfato de la mujer vasta. Jamás enmarañó su saliva con la esperma fecunda del semental amoroso, ni exhaló el aliento o el hedor del erotismo sin reproche... Memoria de una historia aparente. Asume el pecho anquilosado. Es cuerpo de hembra mutilado.


(*) Cfr., de Juan Estévez, "Mal olor"



Valentina,

TeXto: Septiembre 2006

ImAgEn: Febrero 2007

sábado, julio 29

Ubicuidad - Poesía libre

Las tres de la tarde dilatándose
largas y relativas
en el paño mortuorio de su habitual devenir.

Las tres de la tarde en el doméstico umbral de lo mismo.

Y, con todo, todo.
En lo furtivo de su íntimo ser
forja el desacato de las nueve en cercanía.

Las nueve de la noche en la gravedad de su amor.
Las nueve en las horas sosegadas del calor de un verano occidental,
a las tres de la tarde de su transposición.



Valentina, 22 de junio de 2005

viernes, julio 21

Hembra

Soy tierra. Originalmente tierra. La cuaternidad del filósofo es metáfora insuficiente y terrible. Cielo, tierra, hombre, Dios. Quise coexistirlos. Acrecentarme en ellos. Expandir mi circunstancia existencial hasta doblegarla en lo ajeno. Pero resido en la raza de las hembras. Todo converge en un único símbolo impreciso: la amorosa contención rehusada únicamente puede anclarse en lo profundo de su desértica vinculación al absurdo. No hay anverso. Soy anáfora del eterno femenino. No hay reverso que esclarecer. Soy ésta. Cielo vuelto en madre. Tierra hermana. Dios de pezón y vientre latiendo. Mujer.

¡Qué significa, por Dios, qué significa! Ya no hay lucro en la ingenua distinción de poéticas teorías desplomándose en la praxis. Hembra antes y después de sí misma.


Valentina, 20 de julio de 2006

viernes, julio 14

Ensoñación - Coplas

Ensoñación - [C:221292]

Flanco viril, de ensoñación ardiente,
destilación nueva en lo inesperado.
Ya se convierte el cuerpo amortajado
al más impúdico cimbrar silente.

Ya se alza su constancia acurrucada
sin el pudor hiriéndole la frente.
Dilatación pura, avidez ingente
por descubrirse en su piel imanada.

Se yergue tan alta, ya sin frontera,
cual hembra pura en celo universal.
Suspendida en el lapso inmaterial
del deseo amoroso que la preña

Es suyo el son de la canción prohibida,
suyo este ensueño mórbido en sudor.
Vencida en goce, y ausente el pudor,
su aliento es éxtasis en estampida






Valentina, 12 de julio de 2006

sábado, junio 17

Decisión - Relato

A esos locos inesperados y amorosos que Dios me regaló...

Hoy lo aprendí.
Presa de la convicción de los extremos, hasta ahora había pensado que lo propio de lo humano es la autenticidad. Luz y tiniebla, indulgencia o maldad. Sí. Creí que los opuestos siempre, sin excepción, se aborrecían.
Ambigüedad, confusión, oscuridad me trastornan y enfurecen. Y es evidente que me pase, pues tamaña ideología solo puede engendrar una constante decepción de mí misma y, por supuesto, el dolor de “ser defraudada” por los demás. Las expectativas imposibles son mi adicción. Autenticidad a toda prueba. Verdad, coherencia, honestidad... o nada y angustia.
Esta noche decidí la aceptación.
En la coexistencia de los opuestos es posible esperar –sin desesperar- la falta o fracaso propio o ajeno. Es posible y razonable –ahora y sólo ahora que deviene la aceptación del claroscuro- no tener expectativas. O, quizás, no tener otra expectativa salvo la de que ocurrirá que siendo, y por el sólo hecho de ser, nosotros, los animales capaces de la concurrencia en simultáneo del autoengaño y la más alta gratuidad, podemos herirnos y cerrarnos las puertas.
Entonces me abro al misterio. En la impredecible y caótica ocurrencia de lo inauténtico, mezquino, traicionero o ruin, simplemente es un misterio y un milagro la pervivencia de tu amistad incondicional y generosa.


Trayectoria de lo claro
apertura en transparencia
en tu andar de continencia
tiene su origen mi canto.



Valentina, Padre Hurtado, Casa de Loyola, sábado 16 de junio de 2006

lunes, enero 30

Deconstrucción

En el ruedo del camino

coinciden sus gravedades

de ideología y dogma.

No se palpan,

no pueden hacerlo.

Se han vuelto acerosos

de tanto párpado tullido.

Y, sin embargo, tercos,

como pulsiones imanadas,

buscan mimarse convergentes.

Silenciarán sus antinomias

y no querrán perderse.

Déjalos, Tierra Rotunda,

Aya de todos los nutrientes.

Discúlpales evadir sus fundamentos

sólo este instante.

Apenas en este ahora errante.

En esta breve vocación de levedad.

Querrán ellos coincidir

hermanados en lo Humano.

Vinculadas sus manos

en la omisión de sus talantes.




Valentina, 27 de octubre de 2005

Enmudecerán - Poesía libre

Lo han decidido.

Serán amantes disimulados, inteligentes,

encubiertos, huidizos, inconfesados.

Sortearán el verdadero nombre de su estar

por el temor a sorprenderse entreverados.

Decidirán la duración imperturbable del desierto

y acallarán, insolventes, sus voces cobardemente adeudadas.

Soterrarán el resplandor de sus arpegios fusionados

por no admitir esta mutua y culpable incumbencia

que en este día les hiere tanto.

Abrirse paso desnudos, rotundos,

al son descubierto de esas palabras veladas

sería tener que arrancar el uno de la otra

en la fuga de lo hiriente.

¡Bufones perfectos!

Sin confesarlo, estos locos singulares,

buscarán retenerse un poco más, adulterándose.

Por no perderse, por apresarse,

sus lenguas postergarán, hipócritas, todos los signos de libertad.

Se condenarán, con mordazas de elocuencia reiterada,

al exilio deliberado de sus aspiraciones peligrosas.

Enmudecerán por perdurar fundidos .





Valentina, 16 de octubre de 2005

Repliegue - Relato

¿Qué mentiras te contarás hoy? Déjate de rodeos. A decirlo de una vez. No quieres mirarte de veras. Esta ansiedad, este apuro por llegar pronto a ninguna parte. Tanto tiempo de continencia sexual te tiene rígida, compulsiva, malhumorada. Digas lo que digas, hagas lo que hagas, hoy parece que el maldito de Freud tiene razón. Intentas espiritualizarlo todo, sublimar tu libido. Pero sabes que, en el trasfondo, lo que hay es deseo descarnado de confundirte con uno, desnuda. A lo bestia. Sin pudor. Acoplarte por el puro goce de sentirte provocada, caliente, buscando oler el sexo sin otra resolución que descubrirte en el sexo, impía, planetaria, sensual. Quisieras salvarte de ti misma. Sospechas de ti misma. Te sientes como replegándote hacia una animalidad obscuramente soterrada en duraciones inmensas. Y no sabes lo que encontrarás ahí. Te tienes miedo. Dialogas con tu conciencia moral, con tu proyecto de vida truncado, con tu mismidad quebrantada, y no hay respuesta. Sólo se asoma esta pulsión desgarradora. Hembra en celo. Te niegas a ti misma y sólo eso eres hoy. Toda esa alteración erótica. Proclámala de una vez.


Valentina, 29 de septiembre de 2005

domingo, enero 29

Bailarín impúdico

Amoroso bailarín, desnudo y tierno.
Juegas a liberar este cuerpo anquilosado.
Mimo de la sinceridad impúdica,
sipudieras ver cómo se ríe mi alma ahora.
Desatas y anudas a tu antojo todo lo mío.
Lo enredas, lo liberas,
lo vuelves todo pureza
en tu irreverente libertad.
Juegas a volverme amanecer
cuando ya anochece.
¡Espera!
Deja que aprenda este lúdico vaivén...
Dame tiempo, Bailarían amoroso, dame tiempo,
que no me saldrán alas por sólo quererte alcanzar.



Valentina, abril de 2005

Hielo amortajado

Mírala desconcertada.

No puede articularse en esta perplejidad.

Se le especifica, hasta lo enorme y relativo,

un torrente de estrías dolorosas, definidas, diáfanas.

Nada que urdir en lo futuro o el sentido.

Insignificante desde siempre y para siempre,

se han vuelto de sollozo y espanto, ira y asombro,

sus vísceras trazadas en la humedad más sutil.

Mírala sin poder dominar el asco.

Náusea de sí, suplicante.

Que alguien le restaure la existencia

fragmentada en tanta culpa virginal.

Un delirio grotesco le ha partido el ser.

Apostó, entera, su única pertenencia.

Agoniza ahora su último alarido

entre las uñas del cargador de su mortaja.

Mira esa llaga de muerte lúcida, que ya no sabe ya de sí.

Es dolor parido y hembra mutilada.

Execración amorosa. Ironía lacerante.

Dónde encontrar el puñal macizo

que traspase al asesino despiadado.

No podrá. No se le concederá.

No extinguirá esta mujer de hielo

a su homicida pétreo

desde la tumba clausurada...

Yace amortajada en su féretro de aversión.

R.I.P.




Valentina, vienes 7 de octubre de 2005

De goces y delirios

Deleite.

Sabes tu nombre y el nuestro.
Lo trazas en el apego contenido y silente de cada cual,
sin dar tregua al recogimiento ineludible
del afanarse efímero de sus lejanos tránsitos .

Goce.

Admites el trecho pendiente
con clarividencia inusitada
y no te les escondes.
Persistes majadero obsequiándoles el delirio contemporáneo,
sin treguas a sus resignados desalientos.

Goce.

Aunque aún no se conquisten en la plenitud de lo posible,
te les sigues regalando,
intacto,
como en la andada trocha del emerger primero
de sus cuerpos virginales
soberbios, irreverentes, ya idos.
Deleite.
Acaso puedan -tal vez-
extenderse anchos estos amantes
en el cobijo de tu camino acrisolado
hasta apresarse, por fin,
en el acabamiento recíproco de vencidos contendientes,
exhaustos
por la consumación perfecta
de su otoñal y delirante amor.

Valentina, mayo de 2005

Estoy en lo indebido

¿Sabes? Estoy en lo indebido.
Se acumulan en mi mesa las líneas de aquella metafísica inescrutable y esta multitud anónima de versos y argumentos de tanto quijote extinto que todavía no me resuelvo a leer definitivamente. Se difieren sin moderador las urgencias del trabajo juicioso. Estoy en lo que no ha trazado el proyecto cotidiano y conveniente... Dispersa, errante, como fuera de lo premeditado y compuesto. ¿A qué huelen los destellos de un amanecer allende mi pueblo? ¿Cómo podrán los ángeles interpretar el beso de los amantes húmedos de carne? ¿Es movimiento el tránsito errático del peregrino que no ha fraguado su norte?


Valentina, agosto de 2005

Envío postal

Hombre de Complementos:

Leo y releo tu pregunta. Ojeo incrédula tus letras. Intento la convicción del autoengaño. Pero no. El mensaje dice lo que dice y me precipito, histérica, en una respuesta inacabada.

Qué pides. Es absurdo. Exponer mis visiones obscuras. Escribirlas. Torpe manera de detener el secretar de mis fluidos lascivos ¿No te das cuenta? Si los aclaro se volverán discurso y, en tanto tal, palabrería en desarraigo. No quiero vociferar de letras mis fantasías eróticas. Necesito imágenes. Colores. Olores. Tactos primarios y adventicios. ¿Cómo se dice, sin desterrarlo de mi ser, este querer tenerte atado a mi vientre empapado? ¿Cómo se argumenta la espuma acrecentada en el contacto retenido de mis piernas en tu ausencia? Este espesor reprimido no responde ya a propósito alguno. No lo domino. Me ha vuelto incontinencia. Mis pulsos no tienen dónde respirar tu aliento. Mis manos no pueden alcanzar tu saliva abundante hasta todas mis lenguas de carne delirante. Estas ensoñaciones. Éstas. Lo que tienen de prohibido lo tienen de inefable. Me pregunto si es caída proscrita querer sentirte endureciendo más lo tuyo en mi blandura y buscar tus descargas seminales derramadas en mis fisuras, resueltas a encontrarme, hiriéndome la voluntad. No lo hagas. No me pidas expresar lo inadmisible.

Valentina, 27 de octubre de 2005

Anhelos de tierra desatada

Navajas de nostalgia. Endidura que taladra mi epidermis. Nada que decir. No quiero hablar. No levantaré mis trovas a la memoria de un -ése- abstracto adversario. Éste es un día de espectros sombríos. No escudriñaré en mi correo para resolver refutaciones metafísicas de alto vuelo intelectual. No quiero leer -leerlo. No quiero un retrato –su retrato- de pixeles estacionado en la pantalla de mi procesador. Es que lo elemental, lo cándido, lo que es perpetuamente renegado por mí cuando pienso en la que quisiera ser y no puedo, lo que compongo de mí misma en lo público, este querer de vísceras y sexo intrincado, es lo primero que oculto. No logro declararlo de una vez. Lo adultero en poesía, en canto a lo sacro y en ascenso al cosmos eminente. Deserto de mi feminidad para hipnotizar –hipnotizarlo- místicamente, por no poder seducir –seducirlo-, en el naufragio de mi espesura sensual. No sé si hay correlato para estos anhelos de tierra desatada. No sé si existe el mortal –ése- que pueda contener este revoltijo de deseo y negación.




Valentina, octubre de 2005

Calidoscopio de mujer

Sabe Dios quién es. No puedo dejar de mirarla. Me fascina. Necesito adivinar lo que se esconde en ella. Saber de sus horizontes venideros. Ella es... ¿Es? Es, sí. No cabe duda. Y, sin embargo, se me ocurre una pitón desfigurada. Ella es todas las que la habitan en armónica insensatez.

Una, que es ella, quiere ser de sus hijos, pero detesta, con odio de muerte, esa Madre Primordial que es metáfora perfecta de lo esencialmente femenino. Esa Madre Colosal no quiere descubrirse en ella. Ella no quiere descubrirla. Porque en su propia maternidad le hiere y constriñe todo lo que es deber de nutrición, cuidado y contención. Es madre sí, pero madre inconfesable. Cansada. Confundida. Madre que no quiere ya dar de mamar a sus críos. Madre hostil. Madre culpable. Madre en falta perpetua.

Distinta, otra ella, es la de Dios. Se viene arrojando, imprudente, en la creyente desconfianza de la fe desde hace tanto y tan poco a la vez. ¿Cuándo fue que se dio cuenta? ¿Cuándo se perdió a sí misma para ganarse en Él? Ese Templo de Madero y cirios desangrándose. Su Itaca inaugural. Se hizo solidaria con Aquel Crucificado que conocía su dolor inefable y le concedía el Perdón imposible. La suya no es una fe de seguridades o ganancias. Le duele creer. Es lo que más le lastima. Creerle a Dios cuando está tan ausente. Creerse a ella misma cuando le grita “Padre, mírame, que no sé descubrirte. Mírame que no sé amar a tus hijos desprovistos y silentes”. Se siente absurda, perdida, obsesiva. Es de Dios como es del mar el afluente que no puede evitar perderse en la ajena vastedad. Es de Dios porque no sabe no serlo. Si pudiera escondérsele. Si pudiera volverse creyente o escéptica de ingenuidad anestesiante. Pero no. Tiene su residencia en la búsqueda y la errancia. Buscarlo y preguntar. Buscarlo y callar. Buscarlo y amarlo como bestia en celo celestial. Necesita fundirse en Él. Y Dios calla. Se escinde. Acercándosele, desaparece. Amor de saberse amada y no poder acariciarle con manos de carne y sangre. Es de Dios.

Otra, ella misma, es también la mujer de los mil amantes ante los que no se permitirá jamás desnudarse. Porque, ¡Habrase visto!, sólo las putas pueden querer ceñir la pelvis de todos los hombres y alcanzarles todos los goces sin pedirles nada a cambio más que el regalo de la propia feminidad reconocida en sí misma. Necesita reconocerse hembra antes que mujer. Quiere descifrar todos los arcanos del instinto y la libido. Quiere saberse vasija inabarcable de goces y ternura, de violencia y sudor, de latido y pulsión lasciva. Quiere no buscar nada más allá que la pura inmanencia del éxtasis articulado en lo fugaz. Ser geisha lo mismo que prostituta, cómplice lo mismo que amazona insaciable.

Todas y ninguna, tantas y tan desiguales. Es lo que quiere ser, lo que no puede, lo que debe y no quiere. Es calidoscopio de feminidad extática. Es ella la que soy. La espío. Que no me descubra haciéndolo.

Valentina, 19 de septiembre de 2005

De Inhibiciones desatada

La distancia es colosal.
Él está lejos pero su ausencia se le adhiere al cuerpo .
Cierra los ojos para atraerlo hasta su torso despojado.
Hoy no quiere inhibir su deseo. No puede.
¡Que la nostalgia se transforme en pasión animal y solitaria!
Su imaginación, redimida de la “decencia” del día abierto,
lo espía, desnudándolo.
Jadea deliberadamente tal como cuando están juntos.
Jadea para dejarlo penetrar ella, en su resuello,
en sus senos y muslos vehementes,
en sus entrañas heridas de sed.
Se premia en la caricia manifiesta del amante ausente.
Postergando el miedo,
va sintiéndose absorbida
de la espesura de memoria y sudor.
De noche, a solas,
escudriña la conjunción estelar de sus recuerdos
para alcanzar la embriaguez con un hombre
allende océanos y continentes.
Estas caricias desgajadas desde sí misma,
lamiéndole,
en sensaciones de susurro distante,
le escriben el cuerpo de voces transportadas.
Su voz. Su acento.
Su lengua trabada en el sexo.
Él le ha enseñado a hurgar sus densidades
hasta lo sublime.
Él está en el acabamiento del mundo.
Insistentes,
los gemidos restauran las voces sugerentes,
tentadoras, excitantes, del que hoy no está.
Ignora si esto es la gestación perfecta de dos amantes
que ya no requieren de exterioridadades palpables.
Siente que hoy no pesan los dolores de trecho inabarcable.
Le basta dibujárlo en la ficción noctámbula.
Comienza la danza de sí misma consigo misma,
entregándose en el abrasador trayecto
que rompe, confuso, las grietas espaciales,
en un solo instante calcinante.
Un deleite de embriaguez arrulla por fin sus músculos.
De una vez el placer consiente la llegada del sueño.
Él, allá en el fin del mundo,
sabe que la amante duerme y lo sueña.

Valentina, agosto de 2005

Cuánto más

Cuánto más podrán latir sin alcanzarse.
Sin palpar sus alientos anudados.
Cuánto más les faltará la mutua constatación de su adyacencia.
Cuánto más los herirá este anhelo agudo
antes de fundirlos, definitivos,
en el primer y último arrebato consumado.
¡Consiéntanme los cielos y las tierras todas!
Ansío tanto ser testigo
de este único prodigioso instante venidero.


Valentina, mayo de 2005