domingo, diciembre 23

Ocurrencia inaudita - Poesía libre

Llegas en verde pajizo, mi Señor,
Surtiéndonos tu amor de Trinidad
Queriendo inaugurar lo inaudito en lo pequeño

Vienes eligiéndonos la Vida
Despojado en lo que somos para sernos
Atenuando tu divinidad

Te nos regalas
Hoy
En el tiempo del estío
Con el albor de la hierba quebradiza que vamos siendo

De verdes amarillos y rojos inestables
Propagados en esta tierra indigente
Que prepara sus cosechas de América pobre y desprendida

Te nos allegas en el llanto nuevo
De niño hermoso y Dios chiflado en el Amor
Trabado en carne y sangre acontecida en lo imposible
A los pezones lechosos de María
Entreverado

Y te nos quedas
Aquí
En los brazos de cuna en tiempo y percepción
De esa niña parturienta
Empeñada en esculpirte la lengua de lo nuestro en las entrañas

Sol perecedero
Dios pequeño
Templando en sus abrazos de hembra y humanidad ineludible
Aprenderás los dialectos de tu pueblo expectante
Peregrino en sobresalto de misterio

Alzando tu rostro al acabamiento irrevocable del terruño tenue
Sostenido en nuestra tierra de origen negro, indio y azabache

Aquí
Ahora
En sus besos acunando tu sueño de niño en pañales
Y tus manitas todavía húmedas de placenta en tránsito de humanidad
Tan precario
Misterio Inefable
Retoñando en el pulsar de lo breve
Para hundirnos en el centro de tu Inmensidad



Valentina, Navidad de 2007

martes, diciembre 11

Indagación - Verso libre


Te reclaman y refutan estas entrañas de identidad perdida

Gritan tu dorso abarcándoles la piel niña sin preguntas

Añoran el tiempo de las raíces tumbándoles la memoria en el presente

Y te odian hasta el odio de Dios porque no pueden sepultarte


¿Cómo es el rostro de las que asoman en mi ventana?

¿A quiénes trinan allá fuera los girasoles?

¿En quiénes reposan los brazos largos de sol adormilado?


“Somos tú” Vociferan en mis desvelos multitudes trashumantes

“Todas las matronas de cuajo vaginal y fervor místico”

“Las que ultimaron a besos a sus vástagos recién paridos”

“Esas escribanas de laberinto en tornasol quebradizo”


Te buscan contrahechas las que somos yo misma en lo lejano

Suplicando unos seudónimos de cepa en cielo y deidad en muerte

Como abalorios abrasados en sus delirios de esencia extática

Refutándose sobre sí mismas las serpentinas contrahechas


Valentina, 11 de diciembre de 2007

miércoles, agosto 15

Cumplimiento - Verso libre

Cuando se fundan en mí los ciclos del sueño y la vigilia

irrumpiré en un presente de andrógino perfecto

Desterrará mi gozo extraordinario las hundidas deserciones de tacto, falo y lengua ausente

Emancipará mi cuerpo la memoria de sus tactos diferidos en la fuga de todos sus anhelos precedentes

Y clamarán su portento mis entrañas en la irrupción completa del placer

Cuando yo lo desee, cuando yo lo reclame, cuando yo lo resuelva

vendrá el éxtasis a morir y nacer entre mis manos cada vez.




Valentina, 13 de agosto de 2007

¿Poesía? - Verso libre

¿Poesía?

¿Poesía?

La puta que la parió

Nada de nada

Ni lo bello, ni lo uno, ni lo bueno

Sólo cooperarle a la muerte

A la nada absurda

La que no se calla nunca

La que sigue hablando todos los dialectos del sinsentido,

La lora conchesumadre que habla y habla y no sabe de sí

La que no puedo matar porque no muere lo muerto

Ni musas, ni trovas, ni nada acompasado en la esperanza

Soy la matrona de los pezones yermos

La inclemente enterradora de todo futurible

La de las caderas hundiéndose en las cloacas pavorosas del vocablo inacabado

No me venga con leseras esta noche

Poesía

No se puede embellecer el nihilismo cuando le entra a una en las entrañas

No se puede cantar lo que es grito desgarrado en el absurdo

no se puede cuando la tiene a una machacándole la piel desde dentro

No me joda

Poesía,

Púdrase ya de una vez la hija de puta

Valentina, 15 de agosto de 2007

miércoles, julio 25

Compasión olímpica - Poesía

Mírrina

¿A quién buscas en la llanura, Cinesias, amado mío?
¿No has oído al oráculo anunciar la tempestad?
Entra, compañero fiel, que te colmaré de besos de ámbar y aguamiel
y hartaré tus lascivias inefables

Cinesias

¡Ah. Puta mal parida! Que los dioses te demuelan tu mueca sórdida
¿Qué arrastras desde tu madriguera?
¡Hieden tus fauces deformes!
Otra vez me inundan tus agüeros pestilentes
¡Déjame en paz!

Mírrina

Cinesias, de amplios hombros y pensar sutil,
No te enfades con tu Mírrina desmejorada
Cuando venga el galeno le pediré que me unja con sus óleos de lozanía
para que ya no quieras ver a Morfeo antes que a Eros

Cinesias

¡Nunca, de ningún modo, en ningún tiempo!
Ya has saqueado mis arcas, Perra deforme,
No cederé a tu sugestión, Perséfone encubierta de Afrodita
¡Te amordazaré para que ya no puedan alcanzarme tus cánticos sombríos!

Mírrina

Duerme, consorte mío, que ya los brazos de Selene se te ofrecen
No escucharé las voces que profiere tu cansancio
Porque no son tuyas ni me tocan
Esperaré tus caricias
y cual Érato, la del dulce tañer, arrullaré tu sueño hasta el amanecer

Cinesias

¡Dioses del Olimpo!
Detened a esta harpía artera, os lo suplico
Alcanzadme la hoz de Heracles
que deseo desbastar sus tentáculos de Hidra nauseabunda

Mírrina

Oh, iniquidad, ya mis fuerzas desaparecen
Átropos inflexible, te lo ruego, libra ya mi cabellera de este yugo
Devuélveme el tacto amoroso de éste que era mío
¿Cómo podré desandar los años
para que ya no aborrezca Cinesias las estrías de mi piel madura?

(Coro)

Atendedla, Moiras inmortales,
que aunque ni Zeus pueda torcer vuestros designios
sí podrán conmoveros sus lágrimas arrolladoras
¡Justicia, justicia, suplicamos justicia!
Ya toca a la puerta vuestro enviado
¡Abridle, Mírrina desdichada! ¡Abridle!

Cinesias

¿Quién llega a estas horas importunando mi siesta con golpes atronadores?
Ya he pagado mi deuda a Esculapio
¡Por Hermes, protector de ladrones!
¿Qué has hecho, matrona insoportable, para que vengan así a derrumbar nuestro pórtico?

Mírrina

Atiendo, atiendo, esposo amado
Vuelve a tu tálamo, querido mío,
Ha de ser el tendero con los encargos que he hecho esta mañana en la feria
¡Por Hera protectora, no te enfades!

(Coro)

Abre, Mírrina doliente
Ya llega el soplo venturoso a tu habitación obscurecida
Abre ya, para que nada lo detenga

Cinesias

¿Por qué te cubres el rostro, Mírrina infecunda?
Déjame ver de qué te escondes, que ya no soporto tu nulidad
Otra vez seré yo quien tenga que apropiarse de tus deberes, matrona inservible

(Coro)

La sangre emerge de sus sienes destrozadas
Ha muerto Cinesias el hortelano ejecutado
Que cante el firmamento la libertad de Mírrina resarcida
¿Quién ha contemplado la mano justiciera?


Valentina, 25 de julio de 2007

viernes, junio 8

Penia y Poros - Co-creación

Penia y Poros
Juan Antonio Torrijo - Pintura
Valentina Carrozzi - Poesía


Se recogen los amantes

Se recogen los amantes.
Nada los provoque.
Están exhaustos.
La tierra apenas exhala su ritmo.
Todo es permanencia.
Nadie hiera esta quietud.
Él amplía el minuto del amor
en el adormecimiento de sus carnes
desatadas de mesura.
Ella escribe sus gestos.
Los descubre nuevos
en la cubierta quietud
del consentimiento cumplido.
Suspenda el firmamento su rotación colosal.
Capture en lo mínimo la ingente contingencia.
Ya se han amado.

Pintura: Penía y Poros, Juan Antonio Torrijo, Valencia, España, 2007

Poesía: Valentina Carrozzi "Se recogen los amantes", Crisol Literario, CEN Ediciones, Córdoba, Argentina, 2006, p.51)

sábado, abril 21

Puto engaño - Coplas

Te palpo en el tacto a tientas

de mi cuerpo en impotencias

fingiendo por no gritar

que esta noche no vendrás

Te palpo en los genitales

desolados de mi sangre

huyendo por no gritar

que esta noche no vendrás

Te palpo en lo deshonesto

del disimulo tremendo

gimiendo por no gritar

que esta noche no vendrás

Te palpo entre disimulos

hechiceros del absurdo

callando por no gritar

que esta noche no vendrás

Te palpo en otros dialectos

que no profieren tus besos

mintiendo por no gritar

que esta noche no vendrás

Te palpo en la angustia puta

de mis caderas desnudas

... perdiendo por no gritar

que esta noche no vendrás





Valentina, 20 de abril de 2007

viernes, marzo 23

De insurgencias - Poesía libre

Voy de imprecisiones anudada
¿A qué buscar el extremo de la hebra si ando perdida de lo sido y lo pendiente?
¿De dónde la rabia, el miedo, el vértigo y este inscribirme hiriente en la dicción imposible?
Decidí la exploración de lo mío
pero no sé decir quién falla en mi contra cuando me descubro tanteando la que soy.
Sucedo en dispersión de repertorios inasibles.
Allá mi sombra alargada hasta la terrible pereza del no ser.
Aquí el sabor de su lengua objetando mi saliva vehemente.
Allí mi cuerpo hundido en la inauguración precoz de su latencia
¡Y tan lejos de mí el alfabeto de las comarcas acostumbradas!
Tan lejos como los llanos azules de su sábana goteándome el deseo.
Vengo sin proveniencias a encontrarme perdida.
Perdida de ruina perentoria.
Reclamando de Dios el olvido y la memoria en simultáneo.
Más allá de mí misma,
vengo y voy diferida,
como omitiendo esta corriente en la fuga de un espejo.
Mudándome en la piel de su reserva desnuda,
dislocada en estos equivalentes de ninguna.
Todas yo.



Valentina, 24 de marzo de 2007

jueves, marzo 15

No hay despertar en los sueños - Cuento

No hay despertar en los sueños. Ni amanecer. Ni manos extendidas que nos salven del abismo. El techo anclado en el negro de esa dilatación de durmientes acerosos y tren desvencijando el trayecto. El cuerpo tumefacto y esta almohada aprisionándome las sienes con vínculos inexistentes. Sudaba. Agustina Del Río Gigliotti buscaba en su memoria algún detalle que le permitiera dar sentido a esas imágenes terribles. No se explicaba cómo es posible que ella misma las creara. Mapas tergiversando territorios, como sendas de bosque abiertas en concéntricos desvíos hacia el absurdo. Su lucha por alcanzar la lámpara del velador fue descomunal. Se sentó y miró quedamente su dormitorio, como cerciorándose de que era sólo un sueño. La ducha le ayudaría a despejarse. Tenía tanto trabajo ése día. Entre las reuniones del Consejo, la entrevista con el odioso de Galleguillos y la venta del departamento de los Silva se le escurriría otra vez la jornada. Otra vez se le escaparía, como si nada. Olisqueó la toalla. Sí, era la suya. Dejó que el agua hirviendo le desentumeciera el alma, al menos un poco. Recordó que no había pagado los gastos de la consejería y que el médico de Javier la esperaba a las tres. Nadie puede la omnipresencia. No al menos en la vigilia. Y otra vez la agredieron esas imágenes tan cargadas y oscuras. Como hidra serpentina sintió que si le cortaban la cabeza, estas visiones se las arreglarían para revivir fortalecidas. No conoce un antídoto para la memoria de los sueños. Llamó a Juan Alberto. Que le alcanzara el shampoo de manzanilla.
-“¿Necesita algo más, mi niña?”
La sonrisa sugerente de su esposo la puso sobre aviso y se arrepintió de haberlo llamado. No podía negársele. Había inventado una buena excusa la noche anterior y tantas más. Y no tenía fuerza para inventar otra. Decidió cerrar los ojos y dejarlo hacer. Él besó sus pezones erectos por el roce del agua, creyendo que esa reciedumbre daba respuesta receptiva a sus caricias. Los mordió al mismo tiempo que abría sus piernas. La penetró hundiéndola en el muro. El agua. Ella sólo pensaba en el agua. Le limpiaría el alma. Juan Alberto jadeaba en su oído. La volteó y penetró por detrás. Se endurecieron sus músculos. Ella cerró todavía más los ojos y prefirió dejar que las imágenes de ese sueño horrible transgredieran su resistencia antes que descubrirse nuevamente haciendo el amor sin el deseo. El andén oscuro. Los durmientes como viniendo de ninguna parte.
-“Así, así, así, sigue.”
Agustina no escuchaba. Su cuerpo respondía como gobernado por un reloj perfecto. -“Agáchate. Así”.El carro la enceguecía. Ya no tenía que cerrar los ojos. La luz lo eclipsaba todo.
-“Sigue. Agustina. Te amo”.
El agua, las manos de Juan Alberto manoseándola, la luz inundándolo todo. El dolor en su sexo y la culpa en su alma. El carro era conducido por el hombre del metro. Estaba segura de que era el mismo. La transpiración. El gentío. El tren detenido entre estaciones porque hubo un accidente imprevisto que pronto se resolverá y no debe inquietar a los pasajeros. Oscuridad absoluta. Sus manos por debajo de la falda. El calor y su miedo fundiéndose con los miedos del gentío. Besó su cuello y ella lo dejó. Calló. Se quedó quieta. Esperaba que por fin terminara la detención imprevista que tal vez podría salvarla de este deseo y consentimiento inmundo. Un niño lloraba y alguien pedía que abrieran las ventanas. El sopor. Ella sólo pedía que el tren no reanudara su marcha aún. La exploraba por debajo de su blusa, irreverente y violento, mientras todo su cuerpo suplicaba que siguiera haciéndolo. Sintió cómo desbrochaba su pantalón y la rigidez que la obligaba a separar las piernas. Las yemas salobres de sus dedos en su lengua anhelante. Su saliva rozando los lóbulos enardecidos. Ella sitió que deseaba esto más que a nada en el mundo. El instante se extendió infinito hasta la enajenación. Cuando el tren reanudó su marcha y se encendieron las luces, el hombre la apartó imperceptiblemente de sí. Su semblante exangüe se confundía con el de los demás resucitados. Agustina, a empellones, pudo bajar en la siguiente estación. Se quedó allí hasta que la mirada de ese intruso se perdió en el túnel.
-“Sigue. Levanta un poco las piernas. Es delicioso. Agustina, mi Agustina”.
El conductor del tren era el mismo hombre del metro. Él no detendría su marcha. Lo sabía. La acusaba ante Juan Alberto con sus reflectores alucinantes. Cómo puede una mujer decente hacer algo tan repulsivo. La luz y el carro alcanzándola, por fin.
Juan Alberto -sumergido en la angustia- sólo se consolaba pensando que ella había muerto embriagada por el goce de su amor.
Valentina, 16 de marzo de 2007

lunes, marzo 5

El viaje - Relato breve

Llueve a cántaros y el frío se le cuela en el cansancio. Se dejó seducir por la invitación de Ana de ir a la Espera del Alba en la Tirana. Se regalaría sólo tres días para escapar de este invierno de turbación y hielo.

-“Me duele el alma, Virgencita, déjame gozar del contento de tu pueblo en carnaval”.

Dejó todo arreglado. A los niños con Inés y a Emilia con sus clases. Sebastián se las arreglaría sin ella.

Llegaron a Iquique a las tres, acogidas por un sol transparente y limpio. Las esperaba el hermano de Ana, que ni lo parecía. Ella tan elegante y oxigenada. Él moreno, de pelo largo, canoso y revuelto, como mimetizado con la sensualidad del desierto.

-“¡Por fin llegan! La viejita arregló para ti la mejor pieza de la residencial. Tendrás una tina para ti solita. Si quieres visitas, me avisas no más, que acá en el norte la hacemos cariño a las amigas de los nuestros”.

Se avergonzó. No esperaba ese abrazo y menos la caricia irreverente en su pelo.

- “Antonio Ávila pa’ servirla, Marianita”.

Dos horas de viaje por el Tamarugal pasaron volando. Antonio era encantador. Entre risas supo que era separado dos veces, aficionado a la literatura y el cine, que tenía una amante en Pozo al Monte, administraba la residencial de la familia y pertenecía al Partido Comunista “desde siempre”.

Fue una noche de tamboreo y huifa en la casa grande. Ana partió con su madre a ayudar en lo del vestuario de los chinos y él insistió en quedarse “pa’ que no se sienta sola”.

Ni siquiera le pidió consentimiento. La desvistió rozando a penas su piel y la apartaba de sí cada vez que presentía su embriaguez. Mientras él simplemente jugaba, ella traspasaba los umbrales inexplorados de su cuerpo amortajado hace tanto.

A su regreso, Sebastián parecía estar donde mismo lo dejó. Mariana lo besó, lo escuchó y lo invitó a la cama -como de costumbre- y se dejó penetrar con la esperanza de que su esperma habitual cerrara esta herida perenne, fecundada por aquel otro semen inaudito.



Valentina, 5 de marzo de 2007

sábado, marzo 3

Trasgresión – Prosa poética

Descubrirá en un ínfimo instante el velo de lo suyo. Acogerá fugaz este destello estremecedor en su penumbra acostumbrada. Apenas un segundo, no importa. Hoy no importa que antes de germinar ya lo sepa naciendo sin futuro. Azul callado en la sábana vulnerada. Tañe desde el profundo trasfondo la femineidad abierta en la estrechez viril de su cadera. Sudor de dos sostenido en el silencio de la expresión prohibida. Dilatado y contenido. Rezagado. Inefable. Manso y extático. Placer en rebelión ofreciéndose evasivo. Lo sabe. Esta fusión perfecta tiene la duración de un eclipse y, sin embargo… ha sucedido para que ya no pueda darse el nombre que llevaba entre cadenas.

Valentina, 3 de marzo de 2007

martes, febrero 27

Confesión - Relato breve

A Rubén Torres, el lamngen


Enciende el candelero. No es que no haya suministro eléctrico. Simplemente necesita la penumbra. Sabe que no se aflojan en pleno día los ropajes delgados de la conciencia. Es tan brutal la desnudez de la verdad. Aunque puede soñarlo todo, la imagen de Serpentegui le ronda aguda, hiriente, amenazadora. Malditos médicos. Malditos ellos y sus preguntas cliché aprendidas en los manuales de consejería. No lo reconocería jamás delante de él, no le va a alimentar su ego de galeno omnipotente, aunque sabe que tiene razón. No cree poder responder a su pregunta. Tal vez si se disfraza. Quizá si en vez de hacer referencia a un “yo” simplemente inventa un “ella”.

-“Ella es capaz. No yo. Ella puede todos los sueños y todas las vidas. Yo no. Ella no necesita nombre, ni rostro. En cambio, yo sí”.

Se propuso edificar el simulacro para evitar la locura. Ella iría por primera vez a tocar la puerta de ese amante inexistente. Ella lo seduciría con las palabras jamás proferidas. Ella abandonaría la fortaleza del hogar cimentada en el deber y la culpa. Ella desanudaría por fin estas ansias contenidas hace tanto. Y ella pondría una aldaba a su puerta siempre abierta a todo el que quisiera entrar sin siquiera tomarse la molestia de tocar antes. Sí. Sobre todo esto. Ella pondría, por fin y sin remordimiento alguno, esa tranca en la puerta de su dormitorio. Tomó el cuaderno y quiso comenzar a escribirse, en ella.

-“Ella quiere…”

Tiró lejos el lápiz.

-“Ella se detiene igual que yo”.

La página en blanco la lastimaba como nada en el mundo.

-“¡Por Dios, si ni siquiera sabe lo que quiere! No hay lápiz ni papel capaz de sostenerla... ni siquiera a ella”.



Valentina, 26 de febrero de 2007

domingo, febrero 18

La nómina

La nómina

La nómina estaba todavía incompleta. René había dicho que el viejo no nos pagaría hasta completarla toda. Los había ordenado alfabéticamente.

Tenía ocho hombres y mujeres, sin rostro, pero con nombre. Era una lista fácilmente despachable, pero esa maldita dirección de correo electrónico se había vuelto un quebradero de cabeza.

-Cómo saber quién es el que falta – Pregunté ansioso.
-Averiguarlo es tu trabajo, imbécil.

Los ojos de René me clavaron. Enjuto. Sin edad predecible. Es cierto que me enseñó todo lo que sé, pero si pudiera reventarle la cara a palos no dudaría en hacerlo. Nunca una palabra de aliento o simplemente invitarme una cerveza. Siempre lo mismo. Terminábamos, prorrateaba los gastos de cada uno y repartía las ganancias. Me tenía harto. Con lo que el viejo nos iba a pagar no lo necesitaría más. Me propuse desnucarlo al terminar.

-¿Te dio algún dato más el viejo?
-Ninguno. “Mátelos sin preguntas. La persona que no está en la lista tendrá que encontrarla usted mismo, porque no sé quién es”, dijo.
-Ya sé dónde vive cada uno, a qué se dedica, cuándo entra o sale de su casa y con quién. Pero ¿qué tienen en común este grupo de chilenos, españoles, uruguayos y argentinos? No logro dar con el patrón que los une. Y si no lo encuentro ¡Cómo diablos podré deducir quién es “mhasolsticio@yahoo.es”!
-Se supone que tú eres el experto en informática. Averigua desde dónde se conecta a bajar su correo.

Ignorante. René no sabía nada de IP dinámicas, DNS, y demases.

Decidimos que él se haría cargo de los que estaban en España, Uruguay y Argentina y yo de los chilenos y ése maldito desconocido del correo. Siempre se llevaba él la mejor parte del trabajo. Yo quería tanto conocer Europa. Pero qué le iba a hacer, “donde manda capitán no manda marinero”.

La realización de nuestra tarea fue lenta. Los míos estaban dispersos entre Antofagasta y Puerto Montt. Para más remate, René ya me había llamado desde España. Había terminado más rápido de lo que yo esperaba. Qué rabia. Siempre hacía las cosas mejor.

Tengo que reconocer que me costó deshacerme de la mujer de Puerto Montt. Era simplemente hermosa, inteligente y tierna. Escondí su cuerpo en el garaje y me distraje mirando las páginas de Internet que había visitado los últimos días. De pronto quedé perplejo. En uno de los posteos de una página literaria la encontré:

“Ane: Te agradecería que me comentes estos versos. Te dejo mis correos: mhasolsticio@yahoo.es y mhandrade@uc.cl. Un abrazo, Helena.

Paternidad nauseabunda
hoy maldigo tu ascendente
que mi lengua te devuelva
al infierno que mereces
Parricida quiero ser


María Helena Andrade era estudiante de literatura y vivía cómodamente en un condominio de La Reina.

-René, lo hice.
-¿Terminarte?
-Sí. Fue fácil. Todos pertenecían a la misma comunidad literaria. Creo, incluso, que tengo el motivo del viejo para contratarnos…
-Nos pedirá pruebas.
-Las tengo, hombre. Vente ya con la plata.
Cuando llegó, René estaba deshecho.
-¿Qué te pasa?
- Mi hija no aparece.
- Se habrá ido con su noviecito.
-Cállate imbécil… Ella... ¡A lo nuestro!, que no tengo por qué hablarte de mis cosas.
- Aquí está.

Le pasé a René el posteo impreso. Se puso pálido. Tuve que matarlo en el instante. ¿Cómo iba yo a saber que él mismo era el psicópata que nos había contratado para asesinar a los que le criticaban sus escritos y que era aficionado a la literatura?… ¿Cómo adivinar que ella era su hija? ¡Cuántos Andrade hay en Chile! No fue posible la reconciliación.

Valentina. Domingo 18 de febrero de 2007

jueves, febrero 8

Despertar - Relato breve




No podía distinguir entre el sueño y la vigilia. Recuperó con tanta dificultad desde el piso 40 de la torre sin cimientos el diskman personal del hijo del administrador. Quería robarlo y no pudo encontrar una buena excusa para no haberlo devuelto a tiempo. Ni siquiera en sueños era capaz de urdir razonablemente una mentira. Qué representa en su vida ese muchacho. Flaco. Mantenido. Fracasado. Tal vez el único bien que le envidiaba era ser hijo de un hombre acomodado, sin deudas, sin patrón. Qué molesto personaje y qué molesto este inconciente que le esconde sus cimientos creadores. Ni dormida ni despierta tiene el control de sus pensamientos. Yo, yo profundo y alterego la fragmentan. No alcanza a conocer los patrones de uno cuando el otro mete su cola trastocándolo todo. Ahora sucede que su arcano no es Los amantes, sino El Diablo. Qué maldita renuncia a la libertad. Refugiarse en el sueño para descubrirse necesitada de un padre protector y un amante santo. Despertar para encontrarse con la misma cantinela repetida hasta la náusea. Ay. No es nausea. Es terror. Y culpa. No puede ni quiere agradecer su vida pero no tiene coraje para instalarse más allá del bien y del mal. Bestia repulsiva e informe que sostienes a tus hijos con cadenas ilusorias. Si no depende de mí, esto es condena. Si depende de mí, no sé por dónde. Determinación y fuga. Esa mañana decidió la locura.

lunes, enero 29

Lapsus linguae - Relato

Andrés Cienfuegos estaba contento. Había terminado por fin su novela. Se había apropiado tan profundamente de la historia y los personajes que lo primero que hizo al entrar a casa fue leerle eufórico a María Inés las últimas líneas que cerraban su relato.

-Mane, escucha: “Esa tarde lluviosa de 1822, Aetos Nikiforos, de la isla de Kós, presenció perplejo su propio rito fúnebre en las aguas del Karpathian…”
-No me traigas tus historias viejas, quiero futuro.
-Pero Mane, es el escrito que enviaré a la editorial el martes próximo, lo leyó Suárez y le ha parecido…
-Bah, tonterías. Me la pasé el día lavando la alfombra, guardando trastos, ordenando cajones y escondiendo tus porquerías de papeles. Déjame planchar tranquila. Tengo lista la comida. Sírvete tú mismo.

La descubrió cansada, demasiado cansada. Algo entre ellos se rompió hace tanto. No recuerda cuándo fue la última vez que hicieron el amor de verdad. Esta mujer que conoce de memoria hoy huele a cloro y distancia. Decidió dejarla hablar, permitir sus quejas de rutina asfixiante y simplemente asentir. Era fácil. Mirarla a los ojos y asentir. No importaba lo que respondiera, él sería el reo sin proceso de sus acusaciones de todos modos. Sintió vértigo y asco. Maldita desdichada. No tiene idea de lo que es pasarse los días y las semanas interminables escribiendo crónicas para un pasquín de cuarta categoría. Crónicas de lugar común, sentimiento pueril y repulsión, escritas para gente tan leve y vulgar como ella.

-Si al menos escribieras tus historias para mí. No soy estúpida, sabes. Crees que no sé que tus cuentos y poesías las concibes mientras te masturbas mirando a esas putas desnudas en la Internet. Asqueroso. Poco hombre. No tienes cojones para excitarte con la realidad. Yo soy tu realidad, la que tú has construido, desgraciado. Tanta palabra bonita. Tanta promesa. Ni periodista ni escritor. Un empleado mediocre que no tiene un cinco ni para hacer cantar a un ciego y no puede seducir a su propia mujer… ¿Me estás oyendo, Andrés?

Sí. Tal vez esta vez sí ganaría el concurso y le publicarían su historia en L’Espoir. Agradeció el hambre en su estómago. Le dolían los sueños tanto como la realidad.

-"Como silencio de sombras
nivelándose en la nada
trae tu voz resonancias
a mi desierta morada”

No se dio cuenta. Ni siquiera notó que fue él quien los dijo. El dolor punzante le atravesó la espalda.

-¡Qué te pasa! Estás loca, Mane, qué mierda te pasa, por la cresta. No puedo levantarme, por Dios, no puedo moverme.
-¡Qué te has creído, maldito hijo de perra! A mí no me vas a joder otra vez. Qué quieres decir con esos versos. Siempre haces lo mismo. Me hablas con palabras rebuscadas para que no entienda. Qué mierda quieres decir. No dejaré que otra vez me hagas sentir que soy una estúpida, maricón.
-Nada. No sé. No puedo moverme, por favor...
-Ándate a la mierda, púdrete ahí en el suelo.
-Mane…

La voz de su mujer, el piso, las paredes, todo volviéndose amarillo gaseoso. Escuchó venir de lejos los gritos, las carreras y esos versos llegando a destiempo a su conciencia. No podía respirar.

Andrés Cienfuegos supo que moriría. Tal vez era posible asistir agradecido a su propio funeral una tarde calurosa de 1992, a los pies de Los Andes.


Valentina, 17 de febrero de 2007