viernes, setiembre 19

Lamento

Vuelo esclarecido

Pajarita,
pajarilla,
niña mía.
Despliega el vuelo, mi avecilla.
Despliega el vuelo
El vuelo
Amplio y largo
Como de loica
De pecho en rojo
De lágrima parida en trino.

Pajarita,
pajarilla,
niña mía.
Abre, sutil, tus ojos
Tus ojos tenues de pulso
Vastos de futuro
Calmos de dolor
Doloridos de tránsito sin norte
Agudos en su fondo
De hondo y tibio.

Pajarita,
pajarilla,
niña mía.
Traigan tus altos aleteos
El claroscuro de infinitos propagados
Propagados en lo tuyo
Lo tuyo humilde
Temporal, perenne
Oscurecido de luz
Lo tuyo


Pajarilla en disimulo

Busco el nido de tu rostro
Pajarilla sin refugio
Despliega abierta las llagas
No te cubras de infortunio

Pajarilla, pajarilla
Dónde asientas tus alitas
Tienes de engaño los ojos
Como si no fueras mía

Simulacro y disimulo
Se conjugan en tu cuerpo
Qué me escondes niña mía
No te lastimes en vuelo


Vuelo herido

Ando buscando respuestas
donde cunde la asonancia
cuando escarchan las palabras
incapaces de abrir celdas.
¡Quién nos abre las compuertas
para arrancarle los hierros!
Mi pajarita es lamento
-Avecilla sin reposo-
y a su trinar en despojo
mis manos no dan sustento.

Necesito más que lluvia
para lavarnos del miedo,
y más de tu mar sereno
para volvernos cordura.
¿Puedes cargar con la furia
que se desata en mi alma?
Como fisura callada
vociferando en silencio
tengo en la piel este duelo
de silencio en la palabra.

Mi alondra se pavoneaba
como la más distinguida
¡Mira cómo nos lastima
en el penar de su rabia!
Ya no puede, se desmaya,
¡Ay! Mi alondra es prisionera.
¿Me dirás, mi Dios, con fuerza
dónde hallará su futuro?,
¿Quién le dará los conjuros
para romper sus cadenas?

No calles, ya dinos cuándo
nuestra avecilla preciosa
se librará de esta fosa
y podrá volver a darnos
su sonrisa sin quebranto.
Te ocultas, no dices nada.
y tu voz, que es tan amada,
da señales imprecisas
tan silentes, tan esquivas
congelándonos el alma.


Lamento

En esta noche de enero
ya no germinan las risas
ni las gracias ni las iras.
Cargo más de lo que puedo
No me mires que me muero.
Tu remedio no me alcanza
pa’ sanar esta hiel mala
tan espesa y tan profunda
que despliega su amargura
en el centro de mi entraña.

Mi golondrina está enferma
de enfermedad tan doblada
que ni el médico la ampara
y no puede con su pena
de ataduras y condena.
Mi golondrina no puede
aprender cómo se quiere
ni sentirse comprendida,
ni aceptar que ya es querida.
Mi golondrina se muere.

Sus padres y sus hermanos
nada podemos hacer
cuando la vemos lamer
sus heridas de quebranto
que no las cura mi abrazo.
Ay, Señor de las Alturas,
anímala con ternura
que un velo de soledades
enluta su rostro amable.
Mi niña quiere una tumba.

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