martes, febrero 27

Confesión - Relato breve

A Rubén Torres, el lamngen


Enciende el candelero. No es que no haya suministro eléctrico. Simplemente necesita la penumbra. Sabe que no se aflojan en pleno día los ropajes delgados de la conciencia. Es tan brutal la desnudez de la verdad. Aunque puede soñarlo todo, la imagen de Serpentegui le ronda aguda, hiriente, amenazadora. Malditos médicos. Malditos ellos y sus preguntas cliché aprendidas en los manuales de consejería. No lo reconocería jamás delante de él, no le va a alimentar su ego de galeno omnipotente, aunque sabe que tiene razón. No cree poder responder a su pregunta. Tal vez si se disfraza. Quizá si en vez de hacer referencia a un “yo” simplemente inventa un “ella”.

-“Ella es capaz. No yo. Ella puede todos los sueños y todas las vidas. Yo no. Ella no necesita nombre, ni rostro. En cambio, yo sí”.

Se propuso edificar el simulacro para evitar la locura. Ella iría por primera vez a tocar la puerta de ese amante inexistente. Ella lo seduciría con las palabras jamás proferidas. Ella abandonaría la fortaleza del hogar cimentada en el deber y la culpa. Ella desanudaría por fin estas ansias contenidas hace tanto. Y ella pondría una aldaba a su puerta siempre abierta a todo el que quisiera entrar sin siquiera tomarse la molestia de tocar antes. Sí. Sobre todo esto. Ella pondría, por fin y sin remordimiento alguno, esa tranca en la puerta de su dormitorio. Tomó el cuaderno y quiso comenzar a escribirse, en ella.

-“Ella quiere…”

Tiró lejos el lápiz.

-“Ella se detiene igual que yo”.

La página en blanco la lastimaba como nada en el mundo.

-“¡Por Dios, si ni siquiera sabe lo que quiere! No hay lápiz ni papel capaz de sostenerla... ni siquiera a ella”.



Valentina, 26 de febrero de 2007

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