domingo, febrero 18

La nómina

La nómina

La nómina estaba todavía incompleta. René había dicho que el viejo no nos pagaría hasta completarla toda. Los había ordenado alfabéticamente.

Tenía ocho hombres y mujeres, sin rostro, pero con nombre. Era una lista fácilmente despachable, pero esa maldita dirección de correo electrónico se había vuelto un quebradero de cabeza.

-Cómo saber quién es el que falta – Pregunté ansioso.
-Averiguarlo es tu trabajo, imbécil.

Los ojos de René me clavaron. Enjuto. Sin edad predecible. Es cierto que me enseñó todo lo que sé, pero si pudiera reventarle la cara a palos no dudaría en hacerlo. Nunca una palabra de aliento o simplemente invitarme una cerveza. Siempre lo mismo. Terminábamos, prorrateaba los gastos de cada uno y repartía las ganancias. Me tenía harto. Con lo que el viejo nos iba a pagar no lo necesitaría más. Me propuse desnucarlo al terminar.

-¿Te dio algún dato más el viejo?
-Ninguno. “Mátelos sin preguntas. La persona que no está en la lista tendrá que encontrarla usted mismo, porque no sé quién es”, dijo.
-Ya sé dónde vive cada uno, a qué se dedica, cuándo entra o sale de su casa y con quién. Pero ¿qué tienen en común este grupo de chilenos, españoles, uruguayos y argentinos? No logro dar con el patrón que los une. Y si no lo encuentro ¡Cómo diablos podré deducir quién es “mhasolsticio@yahoo.es”!
-Se supone que tú eres el experto en informática. Averigua desde dónde se conecta a bajar su correo.

Ignorante. René no sabía nada de IP dinámicas, DNS, y demases.

Decidimos que él se haría cargo de los que estaban en España, Uruguay y Argentina y yo de los chilenos y ése maldito desconocido del correo. Siempre se llevaba él la mejor parte del trabajo. Yo quería tanto conocer Europa. Pero qué le iba a hacer, “donde manda capitán no manda marinero”.

La realización de nuestra tarea fue lenta. Los míos estaban dispersos entre Antofagasta y Puerto Montt. Para más remate, René ya me había llamado desde España. Había terminado más rápido de lo que yo esperaba. Qué rabia. Siempre hacía las cosas mejor.

Tengo que reconocer que me costó deshacerme de la mujer de Puerto Montt. Era simplemente hermosa, inteligente y tierna. Escondí su cuerpo en el garaje y me distraje mirando las páginas de Internet que había visitado los últimos días. De pronto quedé perplejo. En uno de los posteos de una página literaria la encontré:

“Ane: Te agradecería que me comentes estos versos. Te dejo mis correos: mhasolsticio@yahoo.es y mhandrade@uc.cl. Un abrazo, Helena.

Paternidad nauseabunda
hoy maldigo tu ascendente
que mi lengua te devuelva
al infierno que mereces
Parricida quiero ser


María Helena Andrade era estudiante de literatura y vivía cómodamente en un condominio de La Reina.

-René, lo hice.
-¿Terminarte?
-Sí. Fue fácil. Todos pertenecían a la misma comunidad literaria. Creo, incluso, que tengo el motivo del viejo para contratarnos…
-Nos pedirá pruebas.
-Las tengo, hombre. Vente ya con la plata.
Cuando llegó, René estaba deshecho.
-¿Qué te pasa?
- Mi hija no aparece.
- Se habrá ido con su noviecito.
-Cállate imbécil… Ella... ¡A lo nuestro!, que no tengo por qué hablarte de mis cosas.
- Aquí está.

Le pasé a René el posteo impreso. Se puso pálido. Tuve que matarlo en el instante. ¿Cómo iba yo a saber que él mismo era el psicópata que nos había contratado para asesinar a los que le criticaban sus escritos y que era aficionado a la literatura?… ¿Cómo adivinar que ella era su hija? ¡Cuántos Andrade hay en Chile! No fue posible la reconciliación.

Valentina. Domingo 18 de febrero de 2007

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