Navajas de nostalgia. Endidura que taladra mi epidermis. Nada que decir. No quiero hablar. No levantaré mis trovas a la memoria de un -ése- abstracto adversario. Éste es un día de espectros sombríos. No escudriñaré en mi correo para resolver refutaciones metafísicas de alto vuelo intelectual. No quiero leer -leerlo. No quiero un retrato –su retrato- de pixeles estacionado en la pantalla de mi procesador. Es que lo elemental, lo cándido, lo que es perpetuamente renegado por mí cuando pienso en la que quisiera ser y no puedo, lo que compongo de mí misma en lo público, este querer de vísceras y sexo intrincado, es lo primero que oculto. No logro declararlo de una vez. Lo adultero en poesía, en canto a lo sacro y en ascenso al cosmos eminente. Deserto de mi feminidad para hipnotizar –hipnotizarlo- místicamente, por no poder seducir –seducirlo-, en el naufragio de mi espesura sensual. No sé si hay correlato para estos anhelos de tierra desatada. No sé si existe el mortal –ése- que pueda contener este revoltijo de deseo y negación.
Valentina, octubre de 2005
domingo, enero 29
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