domingo, enero 29

De Inhibiciones desatada

La distancia es colosal.
Él está lejos pero su ausencia se le adhiere al cuerpo .
Cierra los ojos para atraerlo hasta su torso despojado.
Hoy no quiere inhibir su deseo. No puede.
¡Que la nostalgia se transforme en pasión animal y solitaria!
Su imaginación, redimida de la “decencia” del día abierto,
lo espía, desnudándolo.
Jadea deliberadamente tal como cuando están juntos.
Jadea para dejarlo penetrar ella, en su resuello,
en sus senos y muslos vehementes,
en sus entrañas heridas de sed.
Se premia en la caricia manifiesta del amante ausente.
Postergando el miedo,
va sintiéndose absorbida
de la espesura de memoria y sudor.
De noche, a solas,
escudriña la conjunción estelar de sus recuerdos
para alcanzar la embriaguez con un hombre
allende océanos y continentes.
Estas caricias desgajadas desde sí misma,
lamiéndole,
en sensaciones de susurro distante,
le escriben el cuerpo de voces transportadas.
Su voz. Su acento.
Su lengua trabada en el sexo.
Él le ha enseñado a hurgar sus densidades
hasta lo sublime.
Él está en el acabamiento del mundo.
Insistentes,
los gemidos restauran las voces sugerentes,
tentadoras, excitantes, del que hoy no está.
Ignora si esto es la gestación perfecta de dos amantes
que ya no requieren de exterioridadades palpables.
Siente que hoy no pesan los dolores de trecho inabarcable.
Le basta dibujárlo en la ficción noctámbula.
Comienza la danza de sí misma consigo misma,
entregándose en el abrasador trayecto
que rompe, confuso, las grietas espaciales,
en un solo instante calcinante.
Un deleite de embriaguez arrulla por fin sus músculos.
De una vez el placer consiente la llegada del sueño.
Él, allá en el fin del mundo,
sabe que la amante duerme y lo sueña.

Valentina, agosto de 2005

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