domingo, enero 29

Calidoscopio de mujer

Sabe Dios quién es. No puedo dejar de mirarla. Me fascina. Necesito adivinar lo que se esconde en ella. Saber de sus horizontes venideros. Ella es... ¿Es? Es, sí. No cabe duda. Y, sin embargo, se me ocurre una pitón desfigurada. Ella es todas las que la habitan en armónica insensatez.

Una, que es ella, quiere ser de sus hijos, pero detesta, con odio de muerte, esa Madre Primordial que es metáfora perfecta de lo esencialmente femenino. Esa Madre Colosal no quiere descubrirse en ella. Ella no quiere descubrirla. Porque en su propia maternidad le hiere y constriñe todo lo que es deber de nutrición, cuidado y contención. Es madre sí, pero madre inconfesable. Cansada. Confundida. Madre que no quiere ya dar de mamar a sus críos. Madre hostil. Madre culpable. Madre en falta perpetua.

Distinta, otra ella, es la de Dios. Se viene arrojando, imprudente, en la creyente desconfianza de la fe desde hace tanto y tan poco a la vez. ¿Cuándo fue que se dio cuenta? ¿Cuándo se perdió a sí misma para ganarse en Él? Ese Templo de Madero y cirios desangrándose. Su Itaca inaugural. Se hizo solidaria con Aquel Crucificado que conocía su dolor inefable y le concedía el Perdón imposible. La suya no es una fe de seguridades o ganancias. Le duele creer. Es lo que más le lastima. Creerle a Dios cuando está tan ausente. Creerse a ella misma cuando le grita “Padre, mírame, que no sé descubrirte. Mírame que no sé amar a tus hijos desprovistos y silentes”. Se siente absurda, perdida, obsesiva. Es de Dios como es del mar el afluente que no puede evitar perderse en la ajena vastedad. Es de Dios porque no sabe no serlo. Si pudiera escondérsele. Si pudiera volverse creyente o escéptica de ingenuidad anestesiante. Pero no. Tiene su residencia en la búsqueda y la errancia. Buscarlo y preguntar. Buscarlo y callar. Buscarlo y amarlo como bestia en celo celestial. Necesita fundirse en Él. Y Dios calla. Se escinde. Acercándosele, desaparece. Amor de saberse amada y no poder acariciarle con manos de carne y sangre. Es de Dios.

Otra, ella misma, es también la mujer de los mil amantes ante los que no se permitirá jamás desnudarse. Porque, ¡Habrase visto!, sólo las putas pueden querer ceñir la pelvis de todos los hombres y alcanzarles todos los goces sin pedirles nada a cambio más que el regalo de la propia feminidad reconocida en sí misma. Necesita reconocerse hembra antes que mujer. Quiere descifrar todos los arcanos del instinto y la libido. Quiere saberse vasija inabarcable de goces y ternura, de violencia y sudor, de latido y pulsión lasciva. Quiere no buscar nada más allá que la pura inmanencia del éxtasis articulado en lo fugaz. Ser geisha lo mismo que prostituta, cómplice lo mismo que amazona insaciable.

Todas y ninguna, tantas y tan desiguales. Es lo que quiere ser, lo que no puede, lo que debe y no quiere. Es calidoscopio de feminidad extática. Es ella la que soy. La espío. Que no me descubra haciéndolo.

Valentina, 19 de septiembre de 2005

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